William Faulkner, El ruido y la furia, fragmento sobre el paso del tiempo...

William Faulkner, El ruido y la furia, fragmentos (1)

"Cuando la sombra del marco de la ventana se proyectó sobre las cortinas, eran entre las siete y las ocho en punto y entonces me volví a encontrar a compás, escuchando el reloj. Era el del Abuelo y cuando Padre me lo dio dijo, Quentin te entrego el mausoleo de toda esperanza y deseo; casi resulta intolerablemente apropiado que lo utilices para alcanzar el reducto absurdum de toda experiencia humana adaptándolo a tus necesidades del mismo modo que se adaptó a las suyas o a las de su padre. Te lo entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes tus fuerzas intentando someterlo. Porque nunca se gana una batalla dijo. Ni siquiera se libran. El campo de batalla solamente revela al hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles."

William Faulkner, "El ruido y la furia", edit Planeta 2003, pág. 87

Del tiempo nadie se escapa, ni los relojes atómicos, ni la playa infinita del universo que una vez vio el Big Bang, ni siquiera el Big Ben, la Gran campana de Westminster. A todos nos llega la hora, la del deber, la del placer, la del partir. Tan pocas horas y tanto qué hacer con ellas, parece decir aquel que mira las manecillas correr o ese que tanto corre sin siquiera mirar el reloj. Por eso el mayor gesto de rebeldía de un ser humano contra la tiranía del tiempo es dejarlo olvidado en el muro, en el bolsillo, en la mano, dejarlo correr grano a grano, por breves momentos, en actos que nos devuelvan la humanidad perdida, en actos de carne y hueso que reivindiquen la permanencia del ser más allá de la historia y la memoria. A la sombra del tiempo somos como esa muchedumbre de arena que intenta en vano aferrarse a la orilla del mar, minúsculas piedras rodantes que hoy duermen a un lado del reloj y mañana despiertan al otro. En definitiva, sólo nos queda el aquí y el ahora... y aún así, nos impulsa el imparable deseo de hacer que cuente.

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